El testimonio de Monseñor Huonder: la gran herida (1) (texto)

Fuente: FSSPX Actualidad

El texto del testimonio de Monseñor Vitus Huonder, transmitido en el canal de YouTube, Certamen, será publicado en tres partes, según los tres episodios del video, para permitir un acceso más fácil. (Transcripción del video n° 1)

1. El camino hacia la Fraternidad San Pío X

A través de una carta del 9 de enero de 2015, recibí la orden de iniciar un diálogo con los representantes de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X. Esta carta era del Cardenal Gerhard Müller, entonces prefecto de la Congregación Romana para la Doctrina de la Fe. El objetivo era establecer una relación amistosa y humana con la Fraternidad. Por otro lado, era necesario abordar ciertas cuestiones doctrinales de la Iglesia relacionadas con los documentos del Concilio Vaticano II (1962-1965), además de otros asuntos concernientes a las declaraciones de Roma de años anteriores. Cabe mencionar que se trataba particularmente de cuestiones relativas a la liturgia, y más específicamente a la auténtica Misa romana. Los otros temas tenían que ver con la autocomprensión de la Iglesia, el ecumenismo, las relaciones entre Iglesia y Estado, el diálogo interreligioso y la libertad religiosa.

Esta misión condujo, desde el 9 de abril de 2015, a contactos regulares con la Fraternidad, ya fuera con los superiores generales o con otros representantes. Estas relaciones y discusiones tenían como objetivo particular allanar el camino para el reconocimiento canónico de la Fraternidad.

La reunión del 17 de abril de 2015 en Oberriet, San Galo, (Suiza) fue de particular importancia. En ella se abordaron varios temas teológicos importantes. Como resultado de estas discusiones, redacté un informe para la Comisión Ecclesia Dei del Vaticano. En el transcurso de estas conversaciones, profundicé particularmente en la biografía y los escritos del fundador de la Fraternidad, Monseñor Marcel Lefebvre. Así me fui familiarizando cada vez más con los argumentos teológicos, las preocupaciones y los objetivos de la Fraternidad. En 2019, cuando tenía 77 años, finalizó mi mandato como obispo diocesano de Coira. Fue entonces cuando tuve la oportunidad de retirarme a un colegio de la Fraternidad. Esta decisión fue evaluada positivamente por la Comisión Ecclesia Dei que me dio permiso explícito para hacerlo. Esto me dio la oportunidad de conocer mejor la vida interna de la Fraternidad y su obra. De esta manera, como obispo diocesano experimentado, pude comparar la situación de la fe en la Fraternidad con la existente en una diócesis o parroquia “normales”. Mi objetivo al hacer esto era presentar informes relevantes al Papa Francisco.

2. Distintas etapas de una vida

La experiencia de vida de un contemporáneo del Concilio era de gran importancia para estas conversaciones con la Fraternidad. Por lo tanto, me gustaría comenzar dando una visión general de mi propio pasado. Los pontificados de los Papas que marcaron mi vida son importantes para mí. Porque se trata ante todo de una cuestión de la Iglesia y de la fe. ¿Con qué Papas me reuní? ¿A qué Papas conozco? Como nací en 1942, recuerdo bien la figura alta y delgada del Papa Pío XII. También recuerdo las dos canonizaciones de Pío X y María Goretti en esa época. Cuando Pío XII murió en 1958, yo tenía 16 años. Este Papa gozaba de gran prestigio. Guio a la Iglesia con sabiduría y prudencia a través de varias situaciones difíciles: la Segunda Guerra Mundial, el período del comunismo, las cuestiones éticas emergentes. Sus encíclicas y otras declaraciones siguen siendo hoy en día fundamentales en el ámbito teológico. Siempre deberíamos remitirnos a ellas.

Luego viví el pontificado del Papa Juan XXIII (1958-1963). Fue bajo su mandato que se publicó el Misal de 1962, con el rito romano de la Misa tal como se usa hoy. El Papa Juan anunció el Concilio Vaticano II, ordenó su preparación y lo inauguró en 1962. Viví este período como estudiante de preparatoria.

La Iglesia experimentó una gran conmoción con el pontificado de Pablo VI (1963-1978). Bajo este Papa fui ordenado sacerdote en 1971. Este fue el verdadero pontificado del Concilio y, por lo tanto, un punto de inflexión dentro de la Iglesia. El mismo Papa, conservador en apariencia, era muy favorable a los círculos liberales y progresistas. Gozaban de su favor. La introducción de la nueva liturgia de la Misa en 1969, a través de la constitución apostólica Missale Romanum ex decreto Concilii Oecumenici Vaticani II instauratum, dio a este pontificado una importancia particular. Así fue como comenzó el gran calvario de la Iglesia, provocado desde su interior, y que se prolonga hasta hoy. En las últimas décadas, nada ha sido tan perjudicial para la unidad de la Iglesia como el nuevo Ordo litúrgico.

El pontificado del Papa Juan Pablo I (1978) fue breve, mientras que el reinado del Papa Juan Pablo II (1978-2005) fue largo. Podemos llamarlo el pontificado de la implementación y consolidación de los impulsos de Vaticano II. Esto se refleja particularmente en numerosas encíclicas y otros escritos doctrinales, en la publicación del nuevo Código de Derecho Canónico (1983), así como en la elaboración del Catecismo de la Iglesia Católica (1992). En este contexto, cabe destacar la iniciativa del Papa para la llamada reunión de Asís (27 de octubre de 1986). Una reunión de oración con los representantes de las distintas religiones del mundo. Para muchos fieles, este evento fue una gran conmoción y provocó una considerable pérdida de confianza hacia los líderes de la Iglesia y su ortodoxia.

Juan Pablo II fue sucedido por el Papa Benedicto XVI (2005-2013). En 2007, este último me nombró obispo de Coira. Su pontificado es el de la continuidad, o al menos un deseo de continuidad. El Papa Benedicto XVI comprendió como pocos el desgarro creado en la Iglesia por Vaticano II y el período que siguió. Intentó reparar este desgarro a través de una teología de la continuidad, especialmente en lo relacionado a la liturgia. A tal efecto, desarrolló lo que se conoce como la hermenéutica de la continuidad. Su pontificado es un pontificado de conciliación, incluso un intento de curar una herida. El Papa Benedicto XVI trató de remediar las consecuencias negativas del Concilio. En este sentido, cabe destacar el año 2007, el de la carta apostólica motu proprio Summorum Pontificum del 7 de julio del mismo año. Con esta carta, el Papa deseaba restaurar en la Iglesia la liturgia romana tradicional. Asimismo, levantó la injusta excomunión de Monseñor Lefebvre y de los obispos de la Fraternidad a quienes había consagrado. Así reparó parcialmente una injusticia que pesaba sobre la Iglesia.

En 2013, el Papa Francisco asumió el liderazgo de la Iglesia universal. Podemos llamar a su pontificado, tal como se vislumbra hasta el día de hoy, un pontificado de ruptura. Es una ruptura con la Tradición. Esto se refleja en el hecho de que constantemente reprime la Tradición y a los fieles que se adhieren a ella. Por otro lado, realiza actos que van claramente en contra de la Tradición (por ejemplo, actos de culto sincréticos, como en Canadá). Este deseo de ruptura se manifiesta en particular en las dos cartas apostólicas Traditionis Custodes (16 de julio de 2021) y Desiderio Desideravi (29 de junio de 2022). A través de estas cartas, el Papa tenía como objetivo erradicar la liturgia romana tradicional. Además, se muestra como un ferviente defensor de la llamada religión universal. Para muchos fieles, esto es un punto de fricción. Finalmente, en lo que respecta a la Fraternidad, su decisión sobre la jurisdicción de la confesión y la potestad para celebrar matrimonios es importante.

3. Una retractatio

Volvamos a la Fraternidad San Pío X. Las relaciones con la Fraternidad, el estudio de su historia y la profundización de las cuestiones teológicas me permitieron tener una visión nueva. Una nueva mirada a los últimos setenta, ochenta años de vida de la Iglesia. Podríamos hablar de una retractatio, de una nueva evaluación de la situación de la fe en la época del Concilio y después de él. Comprendí más claramente por qué la Iglesia ha llegado hasta donde está hoy. La Iglesia se encuentra actualmente, en 2023, en una de las mayores crisis de su historia. Es una crisis interna en la Iglesia. Afecta todas las áreas de la vida de la Iglesia: predicación, liturgia, cuidado pastoral y gobierno. Es una profunda crisis de la fe.

Cualquiera que se adentra en el desarrollo y la vida de la Fraternidad se enfrenta, aunque no quiera, con la causa y los orígenes de esta crisis. Porque la Fraternidad es, en cierto sentido, una hija de esta crisis. Lo es en la medida en que su fundador quiso, al crear esta institución, remediar la crisis y acudir en ayuda de la Iglesia. Su prioridad era ante todo la fe de la Iglesia. Se preocupaba por los fieles desamparados y abandonados. Luego del Concilio Vaticano II, muchas personas se convirtieron en ovejas sin pastor. Para el arzobispo, la razón de actuar era ante todo la salvación de las almas (CIC 1983 Can. 1752), así como la conservación de la pureza de la fe. Porque la fe es el camino a la salvación. Por lo tanto, no debe ser adulterada. ¡Es a partir de este principio que la Fraternidad y su fundador deben ser examinados y juzgados! Fue en este sentido que el Papa Francisco me dijo: “No son cismáticos”.

4. La causa de la crisis

Pasemos a la pregunta: ¿cuál es la causa de la grave crisis de la Iglesia? Como ya he indicado, la causa de la grave crisis de la Iglesia radica en su evolución hace setenta u ochenta años lo cual coincide bastante con mi vida hasta ahora. Para ser honesto, los inicios de la crisis se remontan al período anterior al Concilio Vaticano II. Pero el Concilio (1962-1965) y el período que siguió fueron el punto de partida de los ataques oficiales, a menudo silenciosos pero exitosos, contra el magisterio precedente y la práctica de la fe anterior de la Iglesia. Eran ataques contra la fe tradicional. Estos ataques fueron lanzados por obispos y teólogos que no querían resignarse al rechazo del modernismo. Tampoco aceptaban la demarcación de la Iglesia de ciertas áreas de la vida social. El resultado fue un alejamiento a menudo inadvertido, oculto y encriptado de la Tradición, de la auténtica enseñanza de la Iglesia, tanto en los documentos del Concilio como en los escritos y decisiones del magisterio que siguió. En esto radica la causa fundamental de la crisis de la Iglesia. Esta es también la razón por la cual el fundador de la Fraternidad, Monseñor Lefebvre, no podía seguir sin reservas las disposiciones y decisiones doctrinales del Concilio, ni las declaraciones oficiales de la Iglesia que siguieron al Concilio. Su posición estaba objetivamente fundada y completamente de acuerdo con la fe de la Iglesia. Debería haber sido más escuchado. El proceso en su contra fue una grave injusticia. Porque el alejamiento de las autoridades eclesiásticas de la Tradición es fácil de demostrar. ¡No se trataba de una percepción subjetiva y emocional del arzobispo!

La posición del arzobispo sobre el Concilio se manifiesta claramente en una reunión con el Papa Juan Pablo II el 18 de noviembre de 1978. También es perfectamente correcta. En una carta, el prelado escribe lo siguiente: “En cuanto al Concilio, dije [al Papa] que estaría dispuesto a firmar una frase como esta: ‘Acepto las Actas del Concilio interpretadas en consonancia con la Tradición’. Al Papa le pareció completamente satisfactorio y normal”.

Es igualmente correcta la actitud del arzobispo hacia la Sede de Pedro y el Vicario de Cristo. Por ejemplo, cuando dice: "Es cierto que el Papa está imbuido de principios liberales... Si bien este hecho nos impide seguirlo cuando actúa o habla en conformidad con estos errores, esto no debe conducirnos al irrespeto ni al desprecio, aunque solo sea por consideración a la Sede de Pedro que ocupa. Debemos orar por él para que afirme únicamente la Verdad, y trabaje exclusivamente para el establecimiento del Reino de Nuestro Señor”.