¡Feliz fiesta de la Asunción de la Santísima Virgen!

Fuente: FSSPX Actualidad

La Asunción de la Santísima Virgen a los Cielos en cuerpo y alma, llevada por los ángeles, es el broche de oro y la coronación de todos los privilegios marianos, según lo expresó Pío XII cuando definió este dogma en 1950.

Por su Maternidad divina y su labor corredentora, convenía que María, que había compartido tan estrechamente la vida y la misión de su Hijo, fuera asociada a la gloria de Jesucristo resucitado y reinante en el Cielo. Por eso, al final de su vida terrena, fue elevada a los Cielos en cuerpo y alma por los ángeles.

¿Qué lecciones nos enseña la Asunción de la Virgen María?

En primer lugar, supone un estímulo a nuestra identificación con Cristo. Hemos dicho que la Asunción de la Virgen es el punto culminante de una vida de completa identificación con su divino Hijo. A María se le pueden aplicar a la perfección aquellas palabras de San Pablo a los Gálatas: “Estoy crucificada con Cristo y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,19). Con razón dice San Bernardo que “ni la Virgen merecía otro Hijo, ni Dios otra Madre”, pues sólo a Ella le fue concedido el privilegio de la virginidad fecunda (Sermón 4 en la Asunción de Santa María, 5).

En segundo lugar, la Asunción de Nuestra Señora nos infunde esperanza en la vida eterna, pues en este privilegio observamos cuál es la verdadera meta a la que estamos llamados. Nuestros objetivos reales no deben estar aquí en la tierra: ¿para qué la ambición de poder, de riqueza, de gloria, de brillo o de fama, si nada de todo esto vamos a llevar con nosotros cuando nos llegue la hora de la muerte? ¿Acaso tales cosas nos van a ser valederas ante el juicio de Dios? Somos peregrinos en este mundo y nuestra meta última es el Cielo, donde María Santísima reina junto con su Hijo. La Pasión redentora de Cristo y la Compasión corredentora de María explican la gloria de la Realeza de ambos en el Cielo.

Una lección más atañe a la dignidad del cuerpo humano. La Santísima Virgen, siguiendo los pasos de su divino Hijo, no conoció la corrupción del sepulcro y ha sido asunta al Cielo con su cuerpo en estado glorioso. Esto revela que nuestros cuerpos están llamados a resucitar al final de los tiempos y a reunirse para siempre con nuestras almas. En el estado presente, debemos procurar nuestra santificación considerando que el cuerpo es templo del Espíritu Santo, como nos enseña San Pablo (1Cor 6,19-20). Si tuviéramos esto en cuenta, ¡cómo recuperaríamos el sentido natural y sobrenatural casi perdido del pudor y nos alejaríamos de las modas que hoy desnudan casi por completo a la mujer y la convierten en mero objeto! ¡Y cuánto nos cuidaríamos de acudir a la Sagrada Comunión digna y decentemente vestidos!

En fin, otra enseñanza es la Mediación de la Virgen María en nuestro favor. Ella, la humilde enaltecida es verdaderamente Madre espiritual de todos los hombres y Madre de la Iglesia, en especial desde que Jesús se la entregó a San Juan Evangelista al pie de la Cruz y por su permanencia entre los Apóstoles. Y ahora, tras su Asunción gloriosa a los Cielos, intercede ante su Hijo por nosotros y nos alcanza de Él las gracias que necesitamos, como verdadera Abogada y Medianera. Nunca desesperemos de Ella para conseguir lo que necesitamos, así como el perdón divino por nuestros pecados y poder entrar en el Cielo, pues el Corazón maternal de María conoce bien el Corazón de Jesús y sabe bien que Jesús no le puede rehusar nada. Unamos así nuestra plegaria a la de San Bernardo, que no duda en llamar a María “Madre de misericordia” y le pide “que tu bondad manifieste al mundo la gracia que Dios te ha concedido: suplica y consigue perdón para los pecadores, alivio para los enfermos, entusiasmo para los pusilánimes, paz para los afligidos, apoyo y libertad para los que se hallan en peligro” (Sermón 4 en la Asunción de Santa María, 9; y del Domingo 3º de la octava de la Asunción, 15).