San Ambrosio: María, Espejo de las Vírgenes

Fuente: FSSPX Actualidad

Bartolomeo Suardi (Bramantino) : La Virgen y el Niño con San Ambrosio y San Miguel

San Ambrosio (339-397) fue primero administrador y político, y a pesar de que no era más que catecúmeno, fue elevado del gobierno civil de Milán a la sede episcopal. Es un contemplativo y un agudo psicólogo.

Este enérgico latino se introdujo en la escuela de los Padres griegos para iniciarse en la doctrina cristiana. Tiene acentos profundos y muy dulces y altas miras místicas, muy originales entre los Occidentales de su tiempo. El siguiente texto está tomado del segundo libro de De Virginibus, un tratado dirigido a las Vírgenes y dedicado a su hermana Marcelina, una religiosa en Roma.

El entusiasmo por el estudio es lo que da la nobleza al maestro ¿Quién más noble que la Madre de Dios? ¿Quién más esplendorosa que aquella a quien ha elegido por Madre el que es el esplendor eterno? ¿Quién más casta que la que ha engendrado el cuerpo sin mancha corporal? ¿Y qué diré de las otras virtudes que la adornan? Es virgen, no solo en el cuerpo, sino también en el alma. A ella nunca ningún pecado consiguió manchar su pureza.

Humilde de corazón, reflexiva en sus resoluciones, prudente, discreta en palabras; ávida de lectura y de oír la Palabra de Dios; no ponía su esperanza en las riquezas, sino en la oración de los pobres; aplicada al trabajo, reservada, tomaba por juez de su alma no lo que opinaban los demás sino lo que opinaba Dios; no trató nunca mal a nadie; era amable con todos; llena de respeto por los ancianos, sin envidia hacia los de su edad; huía de la vanidad, regulaba sus acciones con el dictado de la razón, y amaba la virtud. (…)

Aunque era la Madre del Señor, aspiraba, sin embargo, a aprender los preceptos del Señor; ella, que había dado a luz a Dios, deseaba, sin embargo, conocer a Dios. Es el modelo de la virginidad. En efecto, la vida de María debe ser un ejemplo para todos. Si amamos al autor, apreciemos también la obra; y si queremos obtener sus privilegios, procuremos imitarla en sus ejemplos.

¡Cuántas virtudes resplandecen en una sola Virgen! Es la pureza perfecta. Es la fe inquebrantable. Modelo de devoción. Doncella en la casa, ayuda del sacerdocio, Madre en el templo. A cuántas vírgenes irá a buscar para tomarlas en sus brazos y conducirlas al Señor, diciendo: “He aquí la que ha custodiado el lecho de mi Hijo, la que ha guardado el lecho nupcial con una pureza inmaculada”.

Y del mismo modo el Señor las confiará al Padre, repitiendo las palabras que amaba: “Padre santo, he aquí las que Yo te he guardado, sobre quienes reposó el Hijo del hombre inclinando su cabeza; pido que donde Yo esté, ellas estén conmigo” (Jn. 17, 24).

Pero ya que no han vencido por sí solas, no deben salvarse solas, puedan rescatar, la una a sus padres, la otra a sus hermanos. Padre justo, el mundo no me ha conocido, pero ellas me han conocido, y ellas no han querido conocer el mundo” (Jn. 17, 25).

¡Qué cortejo, cuántos aplausos de alegría entre los ángeles! Ha merecido habitar en el cielo, la que ha vivido en el mundo una vida celeste. Entonces, María, tomando el tamboril, conducirá a los corazones de las vírgenes, que cantarán al Señor y darán gracias por haber atravesado el mar del mundo sin zozobrar en sus remolinos. (Ex. 15, 20)

Entonces todas saltarán de alegría, y dirán: “Entraré en el altar de mi Dios, el Dios que es la alegría de mi juventud” (Sal. 43, 4). “Yo inmolo a Dios un sacrificio de alabanza, y ofrezco mis dones al Altísimo” (Sal. 50, 14).

Y yo no dudo que delante de ustedes se abrirán plenamente los altares de Dios. Yo me atrevería a decir que sus almas son altares donde cada día, para la redención del Cuerpo místico, Cristo es inmolado.

Pues si el cuerpo de la Virgen es el templo de Dios, ¿qué decir del alma, puesta al descubierto por la mano del Padre eterno, que retira las cenizas del cuerpo y deja de manifiesto el fuego divino? Bienaventuradas vírgenes, embalsamadas por el perfume inmortal de la gracia, como los jardines por las flores, los templos por el culto divino, y los altares por el sacerdote.

Tomado de: Los textos más hermosos sobre la Virgen María, por el Padre Pie Régamey