El testimonio de Monseñor Huonder: la gran herida (2) (texto)

Fuente: FSSPX Actualidad

El texto del testimonio de Monseñor Vitus Huonder, transmitido en el canal de YouTube, Certamen, será publicado en tres partes, según los tres episodios del video, para permitir un acceso más fácil. A continuación, encontrarán el texto del segundo episodio. (Transcripción del video n° 2)

5. El Novus Ordo Missae

La Fraternidad Sacerdotal sería, en cierto sentido, una hija de la crisis de la Iglesia. Eso es lo que hemos constatado. La crisis de la Iglesia es consecuencia de un abandono parcial de la fe recibida, de la Tradición y de la práctica de esta fe tal como ha sido transmitida. El abandono de la Tradición se siente más dolorosamente en el cambio del rito del santo sacrificio de la Misa. ¿Fue legítimo este cambio? ¿Era esta la intención del Concilio? En la constitución sobre la liturgia Sacrosanctum Concilium, se dice acerca de la Santa Misa: "Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera”. (47) Por otro lado, la Constitución advierte contra las innovaciones: “Por último, no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y solo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes” (23). A pesar de esto, se nos presentó un rito nuevo drásticamente modificado, con una teología de la Misa igualmente drásticamente modificada.

Como se mencionó anteriormente, el abandono de la fe eucarística tradicional se hizo manifiesto en 1969 con la constitución apostólica Missale Romanum ex decreto Concilii Oecumenici Vaticani II instauratum, y con la introducción del Novus Ordo Missae. Al examinar el nuevo Ordo de la Misa ese mismo año, una comisión de expertos concluyó: “Es evidente que el Novus Ordo ya no representa la fe de Trento. Sin embargo, la conciencia católica está vinculada para siempre a esta fe. El verdadero católico, por lo tanto, se encuentra atrapado en un trágico dilema por la promulgación del nuevo Ordo”. La Comisión no fue realmente tomada en serio. Una corrección del texto de la introducción en el misal resolvió esta dificultad. Pero en realidad, el Ordo permaneció como había sido concebido, es decir, ya no representaba plenamente la fe de Trento. Esto se haría evidente, mucho después, en la carta apostólica Desiderio Desideravi de 2022. Es necesario desviar la mirada hacia otro lado para no advertir –a pesar de ciertos términos, actitudes de piedad e interpretaciones de la celebración aparentemente católica– una concepción esencialmente protestante de la santa misa. Esta carta apostólica hace referencia al Concilio. Por lo tanto, pretende ser una interpretación de la constitución del Concilio. Pero la comparación no cuadra.

6. La auténtica liturgia romana

La liturgia de la Iglesia transmitida hasta Vaticano II es en esencia la auténtica liturgia romana. Es un hecho histórico. No es algo que se pueda negar, simplemente se puede ignorar.

Esta liturgia tradicional a veces se denomina "Misa tridentina", lo cual no es del todo exacto. El Papa Pío V no introdujo un nuevo rito “tridentino”. Transmitió a la Iglesia el texto tradicional del Santo Sacrificio de la Misa, depurado. En la bula Quo primum del 14 de julio de 1570, estipula en particular, respecto a la celebración de la Santa Misa: “Nadie… puede ser obligado a celebrar Misa de otra manera diferente a como Nos la hemos fijado y jamás nadie, quienquiera que sea, podrá contrariarles o forzarles a cambiar de misal o a anular la presente intrusión o a modificarla, sino que ella estará siempre en vigor y válida con toda su fuerza”. Un Papa posterior no puede anular tal disposición. Le es imposible hacerlo, tanto por la antigüedad del texto litúrgico como por su objeto mismo. Porque esta instrucción no contempla simplemente una disciplina modificable, sino de un depósito de fe, podríamos decir que es una verdad de fe en forma de oración. La liturgia romana tradicional es comparable a una confesión de fe. No puede ser modificada en su esencia. Por lo tanto, tampoco se puede prohibir. A través de su bula, Pío V no creó nada nuevo. Más bien, afirmó la legitimidad de la práctica de la fe en esta forma de liturgia. Confirmó la autenticidad de este depósito de la fe. Tal bien nunca podrá ser arrebatado a los fieles. Lo que sucedió después de Vaticano II, con la abolición intencional del rito tradicional de la Misa, es una injusticia, un abuso de poder.

7. Los medios de presión

Hubo dos conceptos que fueron decisivos en la evolución de la vida de la Iglesia después de Vaticano II –y por tanto en la crisis–: la obediencia y el magisterio vivo. Se pueden combinar ambos en una sola frase: se debe obediencia absoluta al magisterio vivo.

Una comprensión errónea de estos dos conceptos ha conducido, en los últimos años, a una deriva en la vida de la Iglesia. En efecto, estas dos nociones se han utilizado como medios de presión para la admisión de novedades. En el pasado, los fieles no tenían el conocimiento suficiente en el ámbito de la obediencia. Recibían muy poca instrucción sobre la importancia del magisterio y de la Tradición. Con demasiada frecuencia, la obediencia era entendida de manera servil y sumisa, como la obediencia cadavérica.

Los ataques contra la Iglesia y una concepción demasiado estrecha de la autoridad papal, especialmente a partir de los siglos XVIII y XIX, tuvieron como consecuencia que solo se conociera la obediencia absoluta, sin contradicción. Esta obediencia fue inculcada en los fieles. Por esta razón, cedieron sin titubeos a lo que se presentaba como una supuesta necesaria renovación de la Iglesia. Ante esta situación, Monseñor Lefebvre enfatizó durante una audiencia con el Papa Pablo VI el 1 de septiembre de 1976:

“Me gustaría arrodillarme y aceptarlo todo, pero no puedo ir en contra de mi conciencia”. Esta actitud era impensable para muchos fieles de aquella época. No nos atrevíamos a hacer frente a la autoridad eclesiástica. No se enseñaba lo suficiente sobre la apelación a la conciencia. ¡El desarrollo de esta audiencia también es muy revelador en cuanto a la forma en que se manejaba la autoridad en aquella época, y se sigue manejando en parte hasta el día de hoy! El abuso de autoridad (aterrorizar a los fieles) siempre es posible. Todo católico debe ser muy consciente de esto.

La otra noción, la del magisterio vivo, ha sido y es a menudo utilizada de forma abusiva para presentar nuevas enseñanzas que no están enraizadas en la Tradición. La autoridad pontificia, sin embargo, como toda autoridad eclesiástica, está vinculada a la regla de la fe. En este sentido, la autoridad eclesiástica no determina lo que se debe creer. Se hace cargo del depósito de la fe, lo custodia, lo defiende y lo transmite. Esto es lo que se entiende por “magisterio vivo”. Por tanto, el magisterio no puede modificar arbitrariamente la fe y obligar a los fieles a aceptarlo.

Es aquí, en la regla de la fe tal como ha sido transmitida, donde encontramos el criterio que nos permite juzgar correctamente la actitud y la acción de Monseñor Lefebvre. No hizo nada más que lo que era el deber de un obispo, y más aún de todos los fieles: examinar las enseñanzas y las acciones de la autoridad eclesiástica a la luz de la regla de la fe.

8. Ausencia de pietas

El Codex Iuris Canonici (CIC) no es un manual de dogmática ni de moral. Sin embargo, es una protección para la doctrina de la fe, para la vida de la fe. Está dirigido sobre todo a la salvación de los fieles.

Ahora bien, se lee en el Código de 1917, en el compendio de derecho canónico vigente en la época de Vaticano II, en el Can. 23: “En caso de duda, no se presume la revocación de la ley precedente, sino que las leyes posteriores se han de comparar y, en la medida de lo posible, conciliarse con las anteriores”. Este principio también fue retomado en el Código de Derecho Canónico de 1983 en el Can. 21. Si tal principio se aplica a la jurisprudencia humana, al derecho eclesiástico positivo, debe aplicarse tanto más a la predicación doctrinal y a la regulación de la vida litúrgica, a la protección del derecho divino. Porque la salvación de los fieles está directamente en juego.

Es a partir de este principio que debemos juzgar todas las novedades y todos los cambios que se han producido en la Iglesia desde el Concilio. ¿Hasta qué punto hay coherencia con la enseñanza del pasado? Hay también en este sentido una pietas, una devoción y estima, un respeto por los Padres, por el pasado de la Iglesia, por la doctrina y la moral tradicionales. En materia de fe, no hay elección. Lo posterior debe concordar con lo anterior. La profesión de fe debe estar de acuerdo con el Evangelio y los otros textos revelados. Las decisiones conciliares deben ser conformes a la profesión de fe. Las decisiones conciliares posteriores deben ser compatibles con las decisiones conciliares vinculantes anteriores. Es precisamente esta pietas la que faltó durante el período conciliar y posconciliar. ¿Qué trato recibieron el patrimonio de la Iglesia, las iglesias y su mobiliario, las vestiduras sagradas, las personas adheridas a la Tradición, los sacerdotes que, por motivos de conciencia, quisieron permanecer fieles a la liturgia tradicional? ¡Esto todavía afecta hoy a la Iglesia! ¡Qué arrogantes se han vuelto los teólogos en sus enseñanzas, y en su ilusión de volver a los orígenes de la Iglesia! El lema era: “Todo irá mejor con la Iglesia ahora. Somos la generación que traerá un giro positivo”. Este era más o menos el estado de ánimo que prevalecía en amplios círculos, un estado de ánimo que conducía a rechazar el pasado, con desprecio, sarcasmo y presunción, y que no dudaba en menospreciar incluso aquello que era sagrado e intocable.

Desde el pontificado de Pablo VI, hemos visto una y otra vez serios ataques a la doctrina y disciplina de la Iglesia, que hacen caso omiso de la pietas. El más grave fue sin duda el ataque a la liturgia de la Misa. Se dispuso de lo más sagrado de nuestra fe sin pietas, sin respeto. Sin embargo, la Iglesia siempre ha conservado y transmitido los textos sagrados y las instrucciones litúrgicas con el mayor cuidado. Realizaba modificaciones o aportaciones con gran reserva y respeto. En cuanto al Santo Sacrificio de la Misa, es particularmente válido el principio formulado por el Concilio Vaticano I con respecto a los poderes del Papa, pero que se aplica en sí a cualquier ministerio eclesiástico: "El Espíritu Santo no fue prometido a los sucesores de San Pedro… para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y expusieran fielmente el depósito de la fe” (DS 3070). Cabe preguntarse, después de todo lo que ha pasado, si lo que se hizo fue un plan de acción digno de crédito. ¿Fue dictado por la pietas?